domingo, 28 de febrero de 2010

LA CINTA BLANCA - Nueva denuncia de Haneke



Si Lars von Trier representó su microcosmos en Dogville como un mundo poblado únicamente por seres humanos reduciendo el entorno real a simples líneas de croquis para adentrarnos en el oscuro macrocosmos de la sociedad de manera económica, eficaz y distanciada a un tiempo a la manera brechtiana, Haneke elige una bella fotografía en blanco y negro y el entorno rural idílico de un pueblo de Brandenburgo a principios de siglo.
Con sus elecciones estéticas, ambos nos evitan el espejo y apartan posibles distracciones y empatías para ofrecer los actos humanos en su desnudez pero su intención no es otra que la paulatina denuncia de un brutal estado de las cosas y unas execrables relaciones de poder subyacentes en nuestras sociedades que permiten el sometimiento de las personas en su estado social hasta negarlas y reducirlas a simples objetos del capricho de aquéllos que con doble moral, severo cálculo y perversión representan la autoridad y definen el bien de la comunidad. puesto a su servicio y al de sus intereses. Tanto Dogville como La cinta blanca tienen algo de radiografía en sus fotogramas.


Numerosas reseñas han querido ver en La cinta blanca el perfecto retrato de las raíces del fascismo ubicado en ese pueblo protestante del Norte de Alemania, el desfile revelador e hiptnótico por el mundo de la ira, el honor, el desprecio del otro, el abuso de poder,... bajo el prisma del pasado, de la antesala de la guerra, de unas relaciones pseudofeudales, del nazismo, del marco rural. Otras se lamentan de un plot policíaco sin resolver. Son dos lecturas fáciles y cómodas que espantan los fantasmas inoportunos, las sombras de la sospecha que revolotean un instante sobre todos nosotros, sobre nuestras sociedades modernas y su bien de la comunidad hecho a la medida de unos pocos, tergiversado caso a caso, manipulable para mí pero no para ti, para mi hijo pero no para el tuyo, la misma casa de putas y campo de cultivo para las estructuras de dominación al fin y al cabo a que vamos dando distintos nombres democracia, sociedades plurales, liberté, egalité, fraternité...sin modificar sustancialmente el paisaje.
¿Qué historia se nos cuenta? Desde dos narradores uno omnisciente a nivel espacial, la cámara-eye, y otro humano, el maestro que narra desde la distancia de los recuerdos se nos cuentan los misteriosos hechos acaecidos en el pueblo protestante ficticio Eichwald en el Norte de Alemania en el año 1913/14 bajo el imperio alemán: hombres como el pastor, el médico y el barón ostentan el poder y disponen de las vidas de hombres, mujeres y niños. El severo pastor hace llevar a sus hijos durante semanas una cinta blanca atada al brazo como recuerdo de la virtud perdida hasta que demuestren haber vuelto a su senda por travesuras típicas de su edad adolescente. El médico que cuida con dedicación a sus pacientes y goza del respeto de la comunidad, desprecia y humilla a la comadrona liada con él en secreto hasta morbosa crueldad e incluso abusa sexualmente de su hija, mientras el barón y señor feudal trata despóticamente a sus temporeros en los que sólo ve animales de carga y utiliza el mismo despotismo del que sabe quién manda aquí para reprimir a su mujer.
De repente empiezan a suceder hechos misteriosos: un hilo tensado entre dos árboles provoca una grave caída del caballo al doctor. Una campesina muere en la serrería. El día de la celebración de la cosecha alguien destroza el huerto del barón y secuestra a su hijo que aparece al día siguiente atado y maltratado. Un granero es incendiado. Sólo cuando se secuestra al hijo retrasado de la comadrona y es encontrado con graves heridas, se comunica la situación a la policía.
Sólo después del brutal asesinato del pájaro del pastor sospecha el pastor de su hija y su hijo. También el maestro tras un extraño encuentro con los hijos del pastor y atando cabos llega a la misma conclusión y por eso visita al pastor para comunicarle su sospecha. Es entonces cuando el pastor, viendo caer la sospecha sobre sus hijos e indirectamente sobre él, amenaza al maestro para que no diga nada. El maestro calla y los culpables no son descubiertos. La película termina cuando un atentado al sucesor del trono austro-húngaro Franz Ferdinand en Sarajevo provoca la declaración de guerra a Serbia. Entonces el maestro nos cuenta que se quedó todavía en el pueblo mientras sirvió en la guerra, pero que luego lo abandonó y no volvió a tener contacto con sus habitantes.

Es el paisaje de la doble moral y del aniquilamiento del otro. Haneke nos muestra las dos caras de la moneda en La cinta blanca y como el orden de fuerzas se reduce en jerarquías de dominador o dominado y sobre todo niega las otras posibilidades, la verdadera libertad de elegir y de ser.
Por eso, nuestra perspectiva es omnisciente y no sólo asistimos a los hechos misteriosos que empiezan a suceder y alteran la vida del pueblo. Nosotros asistimos a todos los crímenes, también a los que suceden bajo los techos de las casas y son la vida del pueblo y no nos cuesta reconocer a través de los castigos de los niños la doble simetría, la figura podrida del poder, de la dominación, perpetuándose. Pero a pesar de reconocerla no nos la aplicamos, que no espere nadie eso de nosotros. Antes inventaremos estrategias banales para conservar un pájaro, como hace el niño, adaptándose como nosotros nos adaptamos, optando por la vida más benévola, la del autoengaño, la pseudolibertad, la esclavitud satisfecha, la felicidad a medias.

La cinta blanca no es Wolfzeit. No hay excusas. No son actos que se suceden en medio del caos, sino en un orden severo y teóricamente civilizado. Por eso La cinta blanca nos alcanza de pleno en el pecho y nos agita. Lo superaremos, pero reconocemos momentos de esa anatomía del sometimiento. Continúa vigente en la filmografía de Haneke el leitmotiv de su primera trilogía "Vergletscherung der Gefühle", la ausencia de sentimientos para el otro, el desprecio por el otro, el sometimiento del otro a cualquier precio y ese es nuestro legado también para las siguientes generaciones cuando nuestro legado pudiera ser lo sagrado del otro, el milagro del tú como posibilidad tanto de enajenamiento como de reconocimiento, de comunicación de igual a igual, en libertad con amor con la misma responsabilidad, cuidado y sentimiento que se dispensan al propio yo y a los que éste llama "suyos". Si todos los otros fueran también los "nuestros" nuestras sociedades modernas avanzarían en su "progreso" tecnológico quizá algo más lentamente, se generaría menos de esa riqueza tan alabada pero que parece no servir de mucho a la vista de nuestros tiempos, pero el progreso de los sentimientos saldría de su congelamiento que los acerca a tiempos de depredación y conquistaríamos nuevos territorios del corazón y de la humanidad. Seríamos, sin duda, más humanos y quizá hasta recuperaríamos la ilusión y el coraje de un presente y futuro conjuntos. Para todos.